miércoles, 22 de octubre de 2014

La humildad de los niños y las niñas




Algunas personas piensan que la humildad significa actuar como si valiéramos menos que los demás, como si no fuéramos importantes, como si nuestros logros carecieran de mérito. Según este punto de vista, la gente humilde es aquella que rechaza el aplauso y el reconocimiento porque cree que no los merece, ni siquiera cuando hace algo muy bien. El término se utiliza, además, para aludir a personas con pocos recursos, es decir, como sinónimo de pobreza. En el terreno de los valores, sin embargo, la humildad quiere decir algo muy distinto: es la virtud de aquellos que no se sienten por encima de los demás, ni van por la vida presumiendo de lo que saben o de lo que son. La humildad bien entendida distingue a quienes se valoran a sí mismos en su justa medida; es decir, que no se creen superiores ni inferiores a los otros. También son los que reconocen su valía, pero no se ufanan de ella ni se pavonean frente a sus semejantes porque saben que no es necesario. Un buen estudiante no necesita alardear, ya que sus calificaciones hablan por sí mismas. Un gran futbolista no tiene que estarle recordando a la gente sus triunfos, pues lo que ha hecho en la cancha es testimonio de su grandeza. Los padres que se han preocupado por educar bien sus hijos no tienen que publicarlo en los periódicos, pues la armonía familiar que reina en su casa es la mejor prueba de su labor. En el cuento anterior, Justino no tiene que decirle a todo el mundo que es un excelente panadero. Sus numerosos clientes son la mejor prueba de su talento. Alfonso, en cambio, presume de ser un experto: afirma que no necesita que nadie le enseñe a hacer pan. Los hechos demuestran lo contrario y, al final, se ve obligado a aceptar que tiene mucho que aprender de su tío. Esto último es, también, otra característica de la verdadera humildad. Nos referimos a la capacidad para aceptar que todos los seres humanos —sin importar nuestra edad, títulos, premios o grados académicos— siempre podemos aprender más. El físico Albert Einstein, uno de los científicos más inteligentes que ha dado la humanidad y también uno de los más modestos, nunca dejó de reconocer lo mucho que ignoraba y cuánto le faltaba por aprender. Concebía al aprendizaje como un placer, no como un deber. “Nunca consideres el estudio como una obligación —decía—, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber.”



¿Y tú qué piensas…?


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