La deidad de la música y la danza en el México
prehispánico era Macuilxóchitl, estas actividades formaban parte de la vida
social y religiosa. En el Calmécac y en el Telpochcalli los jóvenes eran
preparados para la danza bajo rigurosas normas.
Clavijero habla del baile pequeño y el baile grande.
El primero se hacía en los palacios, en los templos o en las casas cuando había
boda, el segundo en las plazas principales o en el atrio inferior del templo
mayor, la diferencia entre los dos era
el orden, en la forma y en el número de los que lo componían, en el segundo
solían bailar juntos muchos centenares de personas, formando dos o tres
círculos concéntricos, según el número de los que concurrían, a poca distancia
se formaban otros círculos de personas de clase inferior y después otros
compuestos de jóvenes.
Bailaban y cantaban a son de un tambor que tañían
cantores a cuyo canto, todos los señores y viejos y gente principal respondían;
a este espectáculo concurría toda la ciudad.
Los españoles combatieron toda forma de culto, pero
la danza la incorporaron a las celebraciones cristianas y permitieron el baile
en los atrios y en los templos e hicieron adaptaciones que se ajustarán a la
nueva religión.
Las danzas autóctonas más conocidas son: “los Voladores
de Papantla”, “la danza del Venado” de los yaquis, los “Acatlaxquis” de la
sierra Norte de Puebla.
Los evangelizadores enseñaron algunas danzas
europeas como los “Santiagos” o “Moros” y “cristianos”, las danzas de los
conquistadores a diferencia de los indígenas eran para practicarse en los
salones, no en lugares abiertos y con fines lúdicos, de diversión sin el tono
doliente y suplicante de los bailes locales. A pesar de las precauciones una y
otra corriente acabaron por influirse.
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