Un sabio y su discípulo caminaban de
pueblo en pueblo intentando ayudar con su sabiduría a todos aquellos que podían
necesitar su ayuda, un enfoque, una reflexión o un consejo para mejorar su
situación.
Este sabio alcanzó gran
reconocimiento por los pueblos más pobres de Surlandia dada su enorme capacidad
para buscar soluciones a imposibles. Su discípulo lo tenía en gran estima y le
profesaba una profunda admiración por su sabiduría.
Un día el sabio y el discípulo
encontraron una familia muy pobre. Todo su sustento giraba en torno a una vaca.
Una simple y solitaria vaca. La vaca daba leche y una parte de esta leche la
vendían por unas pocas monedas en pueblos y mercados cercanos. Otra parte se
utilizaba para alimentar a los más pequeños y la parte restante se utilizaba
para hacer queso con el que se alimentaban los mayores. A pesar de la precaria
situación, la familia se había habituado a este medio de vida, y mal que bien,
apenas lograban sobrevivir y salir adelante.
El discípulo preguntó al Maestro si
podía hacer algo para mejorar la vida de aquella familia. Era un problema
complejo. El Maestro tras un tiempo de reflexión le pidió al discípulo que le
trajera la vaca, la llevó paseando hasta un precipicio, y ante la atónita
mirada del discípulo, aquél arrojó la vaca al vacío. Acto seguido ordenó al
discípulo continuar su camino hacia otros lugares, abandonando a la familia
tras de sí. El discípulo apenas daba crédito a la resolución del maestro. Por
primera vez dudó de su juicio y pensó verdaderamente que la senectud lo había
hecho enloquecer. Sin embargo, la fidelidad debida le hizo seguir sus pasos,
aunque con profunda pena y preocupación por aquella familia y su futuro.
Transcurrió un año entero sin que el
Maestro diera una explicación sobre su actitud, y sin que el discípulo por
respeto se la pidiera. No había dejado de preguntarse ni un solo día qué habría
sido de aquella familia a la que arrebataron el sustento. Las dudas sobre el
maestro se habían disipado nuevamente, ya que durante este tiempo el Maestro
había vuelto a dar muestras de sabiduría y cordura. Sin embargo aquel episodio
seguía inquietando al discípulo.
Un día, el Maestro decidió que había
que volver y ver qué había sido de aquella familia. Cuando llegaron, el
discípulo apenas daba crédito a cuantos cambios a mejor se habían producido. La
familia había dejado atrás la precariedad de su vida anterior. Ya no se podía
decir que fuera una familia pobre.
El padre de familia al verlos, salió
a su encuentro y le agradeció profusamente al Maestro todo lo que había hecho
por ellos. El discípulo curioso y perplejo preguntó cómo habían logrado
subsistir al despeñamiento de la vaca y en qué forma el Maestro les había
ayudado, a lo que el padre respondió: Mientras tuvimos la vaca no tuvimos que
buscar otra forma de salir adelante. Subsistíamos y siempre pensábamos en qué
hacer para mejorar la situación, pero sólo pensábamos. Al quitarnos la vaca,
estuvimos obligados a salir adelante sin ella. Así de sencillo.
El discípulo comprendió entonces cuan
inmensa era la sabiduría de su Maestro, y cómo, en ocasiones, la única forma de
resolver un problema es enfrentándolo.
Excelente reflexión Tere, cuando hay un problema lo importante es ocuparse en resolverlo y no lamentarse por ello.
ResponderEliminarcierto hay cosas que pueden limitar la creatividad
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