HÉROES, HÉROES, HÉROES
Tú que acabas de leer el título de este artículo, por favor no atribuyas la triple repetición a un descuido. Tampoco se trata de un disco molestante rayado, ni de una alegre y tumultuosa "porra" estudiantil.
Lo que sucede es más sencillo todavía. Si tú tratas de contar las veces que encuentras la palabra "héroe" en un día, te percatarás de que la palabra se usa con una asombrosa fertilidad y se multiplica como los jazmines en tiempo de aguas.
Lo que sucede es que antaño los héroes constituían asunto de excepción, y hoy se dan en racimo. Padecemos nosotros los modernos, una fiebre de heroicidad, una verdadera barata de héroes.
Por curiosidad leo en el diccionario: "Héroe es el varón ilustre y famoso por sus virtudes y hazañas". Claro está que protesto contra esta definición, en cuanto que el diccionario, tan poco galante con las damas, se olvidó de que el sexo femenino ha florecido en esclarecidas heroínas, émulas de los varones en virtudes y hazañas. Por lo demás, la definición del diccionario, en cuanto es posible, se aproxima al ideal de excelsitud con que cada uno de nosotros piensa en los héroes. Aquellos que prefirieron dar la existencia por la esencia, fuertes ante el dolor, intrépidos en la prueba, generosos hasta el sacrificio, conscientes de que el bien común sobrepasa los límites personales, grandes en la vida y más grandes aún a la hora de la muerte.
Pero para llegar hoy a la heroicidad se requiere mucho menos. Se requiere, por ejemplo, que un futbolista, por mera casualidad, introduzca un balón entre dos palos. Eso basta y sobra para que una multitud delirante lo declare heroico, "varón ilustre y famoso por sus virtudes y hazañas".
En cada esquina nos topamos con un héroe. Héroe es el alumno que acertó en un problema de aritmética. Héroe es el jefe de la pandilla que golpea más ferozmente. Héroe es el jugador que lanza la pelota con mayor velocidad. Héroe es, en fin, el fanfarrón que invitó a los amigos a que se tomaran una copa por su cuenta y riesgo.
Indudablemente el cine constituye una de las causas más activas de la producción en serie de héroes, de héroes de yeso se entiende, frágiles y falsos.
En las películas policíacas, por ejemplo, el gánster que asaltó un banco, el asesino de una rica propietaria, el secuestrador del hijo de un capitalista suele ganarse las simpatías del espectador por su audacia, su valentía, su jovialidad, hasta el punto de que los personajes que representan las fuerzas de la policía y la defensa del orden público, o no despiertan el interés o de plano aparecen como indeseables antipáticos. Y aun cuando esta clase de películas concluye con un final moralizante, porque el criminal termina en la cárcel, el peso del ejemplo vivido durante una hora de proyección prevalece sobre las consecuencias de tipo reprobatorio vistas por el espectador en los últimos minutos de la película. La lección moral, o de una amoralidad, incomprendida y atacada por la sociedad.
La vida material se nos ha vuelto más fácil y cómoda. Todo lleva el signo de confort. Y hemos querido trasladar a la vida del espíritu aquella misma facilidad, aquella comodidad placentera con que la técnica suaviza las condiciones materiales de la existencia.
Por eso abundan los héroes. Porque creemos que para alcanzar la heroicidad basta cualquier ligero impulso, así como basta un sencillo voltejeo de los dedos para poner en marcha el clima artificial.
Para llegar a las estrellas es preciso ascender fatigosamente las montañas. Con espíritu de sacrificio, de perseverancia, de desinterés.
(MINICHARLAS PARA JÓVENES, JOAQUIN ANTONIO PEÑALOSA).
Ciertamente para ser héroes no es verse a si mismo, al contrario ser para los demás. Si cambiamos de actitud para ser diferentes cada basta hacer lo que hacemos con un tinte especial.
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