Desertificación y pérdida de suelo
Aunque el suelo se puede renovar, a la naturaleza le lleva
mucho tiempo hacerlo, por ello se dice
que al sufrir algún tipo de daño su
destrucción es irreversible. Actualmente, tres son los peligros que amenazan al
suelo: la pérdida de su fertilidad, a través de la de degradación del mismo, la
propia desaparición del suelo por la erosión, situaciones que provocan un
problema mayor: la desertificación.
Un suelo se degrada cuando está sometido a variaciones climáticas y fenómenos
atmosféricos, como sequías, heladas, granizadas y tormentas y a las actividades
humanas, como la sobre explotación de la naturaleza, el uso continuo de
agroquímicos, el mal manejo de técnicas de riego, la presión excesiva sobre
terrenos de temporal, la utilización sin control del fuego actividades
agropecuarias, el depósito de desechos urbanos e industriales, la erosión
provocada por la deforestación y técnicas agrícolas inapropiadas, el
agotamiento de fuentes de agua superficiales y subterráneas y son estos mismos
factores los que causan o activan los procesos de desertificación.
La desertificación consiste en la reducción o destrucción
del potencial biológico del suelo hasta un punto en el que los lugares
adquieren condiciones similares o peores a las de un desierto natural. Pero es
importante recalcar que la desertificación no significa la proliferación de los
desiertos, sino la pérdida del suelo.
Los suelos de ambientes áridos, semiáridos y zonas
subhúmedas secas con los más susceptibles a sufrir este problema, debido a que
son más frágiles, la vegetación es escasa y el clima agresivo, también se puede
presentar en aquellos sitios donde se ha roto el equilibrio entre el sistema de
los recursos naturales y el sistema socio-económico que los explota, es decir
que su explotación no respeta la conservación del suelo y solo importa el
beneficio económico de unas cuantas personas.
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